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ARTE ENTRE BURROS por ALICIA AZA
ARTE ENTRE BURROS No es casualidad que en el pinar que descansa a los pies del Monte del Canuto en RUTE y rodeado de múltiples y variados BURROS protegidos por ADEBO y muy especialmente, por la persona que más los entiende, Pascual Rovira, nos encontremos con un conjunto artístico que parece surgir de la propia naturaleza, formando parte del entorno más cotidiano de esos borricos. Y no lo es, porque para MANU MOLINA ( Rute 1957) siempre ha existido una necesidad de contacto y relación intima con el paisaje de su tierra: - los olivos, el campo y los burros- y una necesidad de expresión artística que ha sabido encontrar su propia poética como medio, y a la vez consecuencia, de las circunstancias personales que le han tocado vivir. Es el ejercicio físico al aire libre y un acercamiento a las Bellas Artes lo que marca los inicios de su andadura personal, en la que el alcohol y los delirios mentales harán que como artista busque, primero en la fotografía analógica en blanco y negro, luego en el mundo de la digital y posteriormente en la pintura basada en el método paranoico crítico, el modo y la forma de expresar todo lo que su mente ha visto e imaginado sirviéndole a la vez de bálsamo para sus propias inquietudes. Tampoco es casualidad que esta exposición que ahora se presenta, para la que se han seleccionado una serie de piezas, extrayéndolas de su lugar “ natural” lo sea en EL NAUMON, denominada por Rafael Argullol, entre otras cosas, como la nave de los locos, la balsa de los demasiados cuerdos, la esperanza de los náufragos y el barco de los libres. Y es que la obra de Manu Molina, no es sólo para convivir “entre” los burros, hecha “para” los burros y hasta realizada, en algunos casos, “con” ayuda de algún burro artista, venido por casualidad desde Basilea y bautizado, no por casualidad, con el nombre de MIRO; sino que en la obra de Manu, además de este conjunto de ASNÁTICAS PREPOSICIONES, la locura y la provocación tienen mucho que ver. Es en esa frontera denominada locura donde surge este universo particular, que se nutre de lo que existe en la calle y el artista ve. La calle, los CONTENEDORES, como inspiración, no solo de la técnica que Molina usa, sino de sus soportes, de sus materiales, y de lo que en definitiva expresa a modo de reminiscencia de un Jean Michel Basquiat que él desconoce, pero al que sin duda su obra recuerda, por el mismo impacto que en los dos produce la cultura de los graffitis, la noche, las drogas, el alcohol y toda una serie de pintadas en la calle y lugares públicos, que Molina recibe como golpes mentales, provocándole esos estados casi necesarios de “ alucinación”. Como alucinación era lo que perseguía Miró, a quien Molina lee con cuerda atención, empapándose de esas ideas de la creación de un arte desde el subconsciente, del mundo infantil como el más puro y en el que según Molina se encuentra la esencia del ser humano y de unos métodos nuevos, opuestos a los tradicionales de la pintura, y a los que el catalán quería “ matar, asesinar y violar” Molina va a los contenedores y allí encuentra sus soportes. Nunca va a ser una tela fina del algodón, si acaso yute de baja calidad, un viejo televisor, un trozo de cristal, una señal de tráfico rota, una sartén etc, y sobre ello, libremente, como naufrago de si mismo, balsa de su a veces cordura y nave de su locura, utiliza el método que ya inventara Salvador Dalí, para desde una primaria y barata paleta inexistente, pues pinta directamente desde el bote de tempera, el spray, o el blanco Kanfort, elaborar unas piezas cuanto menos inquietantes, a las que añade sellos de la segunda Republica, chinchetas, mallas de plásticos etc.. Predominan los muñecos y monigotes infantiles, ya que cree que el ser humano no es más que eso: un monigote. Y con el irracional y espontáneo conocimiento, basado en la objetivación sistemática de asociaciones delirantes, consigue crear un cosmos, si acaso divino, que le sosiega, le estimula a seguir creando y se convierte en un engullir diario de burros y no tan asnos. Se añade, que él quiere que la naturaleza intervenga en lo que hace. Por eso, cada pieza la posa en una silla. SILLAS que no son cualquiera, sino aquellas que surgen de la transformación de la madera de los olivos que le rodean y que actúan como interlocución entre la pieza creada y la naturaleza, formando una única obra de arte en la que los factores del paso del tiempo y los atmosféricos como el viento, la lluvia, el sol y hasta la nieve tienen mucho que decir. Y allí están, la naturaleza, el campo, los pinos, los olivos, los burros, los locos, los cuerdos, las piezas, las sillas, el material de desecho y los colores primarios, como contenedor natural de una exposición, la de MANU MOLINA, que se presenta ahora en el CONTENEDOR CULTURAL Y REPUBLICA INDEPENDIENTE de la nave del mundo EL NAUMON, habiéndose creado para ello un recorrido por diez ámbitos diferentes, atendiendo a los diferentes soportes y que forman, eso sí, el mundo en el que a Molina, y un poco a todos, le ha tocado vivir: 1) Inician la muestra sus propias BOTAS, reflejo, no solo de lo que más le gusta, caminar por Las Subbéticas, sino como símbolo del camino que para todos supone la vida que nos ha tocado recorrer y por la que todos, ( burros, aquellos como Platero, pequeños, peludos y suaves, tan blandos por fuera , que se dirían de algodón y otros, no tan burros, y no tan plateros ) debemos caminar con garbo. 2) PUERTAS Y VENTANAS de hogares varios que el artista convierte en el suyo propio y que se abren y cierran dando paso a sueños y alucinaciones provenientes de su propio subconsciente. En todo caso, para todo tipo de burros. 3) TEJAS que deben cerrar la cubierta de la casa que nos creamos, unos burros sin buena base, y otros, no tan burros, sobre los firmes cimientos que nos mantienen cerca de la tierra, en este caso de olivos. 4) AZULEJOS que adornan nuestras vidas haciéndola opticamente más fácil y que los no tan burros saben apreciar. 5) OBETOS DOMESTICOS integrados por soperas, sartenes, recogedores de basura, platos, tablas de pan, cajas de pan, cubos y hasta farolillos que delatan no solo el tiempo, sino los hábitos y costumbres en el comer y estar, más allá de las naranjas, mandarinas, uvas e higos morados que a Platero tanto le gustaban. 6) TELEVISORES Y ANTENAS PARABOLICAS para que todos nos riamos de los burros que dominan la comunicación proporcionando información contaminada y basura como único contenido de esta era tecnológica que nos ha tocado vivir. 7) ELEMENTOS SIN NOMBRE QUE NOS RODEAN EN LOS CONTENEDORES y que adquieren individualidad propia. Una mascarilla de soldar, un bidón, un sumidero, una rejilla. Un “ todo vale” como guiño a nuestra “sin nombre” clase política actual. 8) CRISTALES Y METACRILATOS donde no podía faltar algo tan común a toda clase de burros y animales en general como el sexo teñido de matices eróticos. Y es que sólo un burro omitiría esta necesidad que convertimos como otras muchas en placer. Quizá Platero, que es “ tierno y mimoso como un niño”. 9) ESPIRITUALIDAD O NO reflejada a través de una lápida y un reclinatorio como ese juego y coqueteo que no sólo los locos mantienen con una muerte burlona y espiritualidad incierta, pero siempre cuestionada. Debe pues entenderse esta exposición como una expresión del alma que navega, no sólo por los locos mares de olivos, sino por los que los burros y no tan asnos se ven obligados a nadar. Un viaje entre la locura y la cordura, entre la provocación y la indiferencia, la incitación y la radiante razón. Pero en todo caso, una exposición, la primera, de un artista que acaba de nacer como solvente, donde su alma y su creatividad desnuda se muestran tal y como son, sin haber sido violadas por las desinhibidas actitudes del mercado en general y el del arte en particular. Alicia Aza Campos Octubre 2007
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