Los centinelas del enigma
jugaron y apostaron
con sus dados circulares,
aquellos tatuados de infinito,
durante el tiempo sin tiempo,
hasta que en el gran instante
chocaron entre sí
las bolas doradas
y apareció la cifra de la vida.
Entonces los vigías del misterio,
enamorados del hallazgo,
sembraron el número imposible
en el hueco del silencio
sin esperar nada
y sin renunciar a nada.
Hasta que brotó
una tierna raíz
y luego el primer tallo
y por fin el arbusto
del que colgaban los destinos,
y el árbol que anudaba
todas las formas,
el fruto de un desafío loco,
alimentó la belleza del mundo. |