En días extraños,
mientras se oscurece la tierra
y callan los himnos
allá lejos,
donde los pájaros dibujan
la última región del alma,
veo al prisionero de cristal,
el que conoce el secreto
y sufre por el secreto.
Ha habitado tantos crepúsculos
y acariciado tantos universos
que la vida le parece transparente
como la primera gota del manantial.
Ahora guarda
el silencio de los siglos.
Pero en los días extraños,
alegre por mi visita,
me habla entre susurros
y me cuenta
mi propia historia.
En su boca los nudos se deshacen:
el futuro y la memoria,
el presente con sus sombras,
el remolino de la rosa
que aspira al cielo
entre muerte y muerte.
Cuando las viejas palabras
del viejo prisionero
me lo han dicho todo
acerca de mi mismo
rompo el espejo
en el que se mira el fuego.
Entonces abro los ojos
y finjo que fue un sueño. |